Debido a que los síntomas de esta enfermedad son similares a muchas otras enfermedades del aparato digestivo, es posible que su diagnóstico resulte complejo o este se realice de manera incorrecta.
Para evitar esto último generalmente se emplearán las siguientes pruebas diagnósticas:
Manometría esofágica. Se trata de una prueba que permite medir las contracciones musculares rítmicas del esófago en la deglución, la coordinación y la fuerza realizada por los músculos del esófago. Además, también nos permitirá determinar si el esfínter esofágico inferior se relaja o se abre en el momento de la deglución.
Radiografía de tórax. Evidenciará la ausencia de cámara gástrica (ausencia de aire en el estómago) y presencia de un nivel hidroaéreo en el mediastino que indica retención de comida. La cámara gástrica en vez de estar llena de aire está llena de comida.
Tránsito esofagogastroduodenal: mostrará dilatación esofágica y, en casos avanzados, esófago en “S”. Así como, falta de peristaltismo en los 2/3 inferiores y contracción del esfínter esofágico inferior. El tránsito es muy lento o incluso está paralizado.
Endoscopia superior. Prueba diagnóstica en la cual se introduce una sonda delgada y flexible con una luz y una cámara en la punta, por la garganta, para poder examinar el interior del esófago y el estómago. De esta forma se determinará la existencia de una obstrucción parcial del esófago o también se podrá llevar a cabo la toma de una muestra de tejido (biopsia) para su posterior estudio, descartando así complicaciones como una metaplasia del epitelio del esófago.
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